Quizás, en respuesta a aquel ¿A dónde vas, Jorge Altamira?, de Galasso...
No quiero ningún Hombre Nuevo, así con mayúsculas; como antes se escribía dios o como me corregían en la primaria la palabra estado.
Basta de este mundo de valientes dispuestos a morir por su causa, pero cobardes para mirarse a los ojos y escuchar a quien piensa diferente.
Que la única certeza sea no dejar morir a ningún hombre, y que la duda nos invite a soñar todos los mundos posibles, sin miedo a romper los manuales o a que la creatividad mueva los límites de la tradición.
Hablo siendo parte de los pibes, a los que se nos perdona la utopía y se nos señala que ya se intentó, y que conviene calmarse un poco.
Galasso le habla a Altamira porque puede entender que los pibes del PO se ilusionen pero él, que ya está grande, debería darse cuenta de los peligros inevitables de hacerse escuchar, debería advertirles a ellos que lo siguen que andan las patotas sindicales matando en las marchas y que la revolución se hace de otras formas, menos arriesgadas que reclamando derechos.
Pero los pibes podemos pensar, y no andamos repitiendo palabras de otros, ni siguiendo órdenes del mejor recitador de promesas.
Si van a hablar de nosotros hablen con nosotros, y traten de que sus consejos no tapen nuestra voz.
Somos los que crecimos en una democracia de farándula y exclusión, y para aprender a hablar tenemos que creer que hay una política posible lejos de clientelismo, corrupción y gestión prolija.
Vamos apareciendo en un suelo acostumbrado a engaños que pisotean la esperanza, pero no tenemos miedo al imaginarnos otra Argentina.
Y aprendimos que no se enseña a amar con armas en la mano; aprendimos que todos y pueblo no son palabras que podamos usar sin permiso y mucho menos para dejar afuera a quienes son diferentes, ya sean oligarcas, judíos, bolivianos o wichis; aprendimos que no hay que callarse ni hay que olvidar, pero que la memoria sirve para encontrarse y no para odiarse u ocultar el presente.
No marchamos detrás de esa izquierda temerosa de cuestionar su utopía citada textualmente de libros de otras tierras. Sin ídolos ni dogmas, pretendemos caminar inventando nuestros caminos.
Pero déjennos caminar. No arranquen determinando enemigos, no pidan paciencia y conformidad al repartir un poco de lo que hay.
No oculten las opciones, diciendo que hay buenos, malos y confundidos que son buenos pero por apurados le hacen el juego a los malos.
No nos traigan un miedo que paralice nuestros intentos de cambiar el mundo.
No nos pidan que hablemos bajito del saqueo de recursos, de deudas ilegítimas, de sindicalismo empresarial, de jóvenes desocupados, del hambre en el país del campo.
En vez de recortar, abran al diálogo sincero. Quienes no acompañamos al kirchnerismo no lo hacemos por querer profundizar el modelo sin considerar la correlación de fuerzas, sino porque no estamos compartiendo el mismo proyecto de país.
Y cada vez parecen escucharnos un poco menos, encantados con el discurso oficial que evita debatir con esta izquierda llena de jóvenes ilusionados.
¿Por qué cuesta tener en cuenta lo que tenemos para decir?
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