La historia la cuentan para algo, ¿será para repetir errores del pasado?
Lanata y Caparrós dijeron que la historia podía esperar mientras haya chicos con hambre. En 678, que son críticos pero mucho más kirchneristas (al menos, mientras les pague el estado), recortaron eso del hambre y se pusieron a defender la importancia de la historia, que la vienen inventando desde hace un tiempo: una historia donde de repente los Kirchner fueron comprometidos militantes en los setenta, en la que todos menos ellos aplaudieron a Menem. Una increíble mentira creída o perdonada por bastantes con encandiladoras ganas de ilusionarse.
Pero la ilusión pareciera querer imitar a aquella otra, la que hizo callar la tortura de los disciplinados militares. A lo peor de aquella otra: la que tiene más en claro el enemigo irreconciliable que el mundo mejor.
No hay peor soñador que el que pretende cambiar el mundo sin creer en los demás, que están tan en el mundo como él. Y creer es exigirles el diálogo, aunque no te guste lo que escuches.
No hay discurso más inútil que el que decide ser monólogo, y evita toda pregunta. O tal vez sí: el que, además, miente. Y dice ser de izquierda, aunque la brecha entre ricos y pobres crezca. Y dice que le interesan los derechos humanos, pero menosprecia los muchos muertos repetidos morbosamente por los medios. Y habla de soberanía, pero paga deuda sin investigar su ilegitimidad, permite que nos estafen las multinacionales mineras, no le preocupa la soberanía alimentaria. Y algunos intentos siempre manchados: la impositiva 125, para pagar deuda, y llama piquete de la abundancia a los pequeños productores que terminaron reclamando por otros que les siguen dando la espalda. El fútbol para todos, amigados con Grondona. La ley de medios, que después de que los monopolios se pusieron en contra les empezó a parecer interesante. La asignación por hijo con plata de los jubilados, que, aunque sin 82%, no fueron tratados mal. Estatización de aerolíneas, pagando las deudas de la empresa española. Una ley que complica la aparición de nuevos partidos políticos, y favorece el bipartidismo. Pagar deuda con decretos de necesidad y urgencia. Votar a favor de los superpoderes, cuando son para ellos.
Pero a este tumulto contradictorio, que dice ser lo que ignora, que se apropia de luchas sin pedir permiso, se le suma una fanática defensa que simplifica a toda la derecha sin discutir con ella y evade, calla, tergiversa, acusa de traidor a todo el que, desde la izquierda (eso que dicen ser) les pregunta porqué mienten. Dicen: hay que aparentar porque esto es todo lo que podemos hacer, las críticas favorecen al enemigo. Estás y te callás la boca, o no estás, y te transformamos en monstruo. Los que no están de acuerdo, no cuentan.
Y eso es peligroso. Cuando los demás dejan de contar, de formar parte del mundo que decimos construir, empiezan a sobrar, a molestar.
Cuando un ideal vale más que otra persona, cuando la convierte en obstáculo; lo violento aparece.
Y eso ya lo vivimos. Si volvemos a intentar lo mismo, entonces esa historia no sirvió para nada. Así no se cambia el mundo.
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