-Van a morir democráticamente
No hay democracia sin voces. Y nos educaron para mantener silencio, asentir callados, dejar que otros decidan por nosotros. Podemos quejarnos, si algo se vuelve insoportable y evidente. Pero la escasa participación que motiva el gobierno universitario es tan normal que no llama la atención. ¿Estará todo resuelto?
La tranquila indiferencia no indica que todo ande bien… ¿qué pasa que no interesa la política universitaria? ¿Falta información? ¿Los temas tratados son aburridos trámites? ¿No hay propuestas que inspiren emoción? ¿Los papeles en orden, nada que hacer? ¿Delegar en representantes implica desentenderse?
La política no puede ser mala palabra en nuestros pasillos. Si este lugar que pisamos durante años no se vuelve parte de nuestra identidad, y si el tiempo que estamos lo pasamos sin encontrarnos a charlar sobre lo que compartimos; entonces la política, que es mirarnos y construir juntos el lugar que compartimos, pierde su validez.
El peligro no está en lo que podría ser y no es, sino en educadores que poco comprometidos con lo que les rodea, ocupen cargos por el sueldo recibido y den paso libre a los valores impuestos por el mercado, por una dictadura o por lo que sea.
Las relaciones de poder, sin embargo, no se reducen al consejo superior. En la forma de llevar adelante las clases, en la definición de los contenidos, en la asistencia obligatoria; en detalles de lo cotidiano se hace presente lo democrático y lo antidemocrático, lo que busca expresiones y lo que censura, lo que abre y lo que impone, lo que lleva a decidir y lo que obliga a obedecer.
Si hay democracia, no hay nadies.
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